lunes, 13 de mayo de 2013

No vayas amablemente hacia esa suave noche, Dylan Thomas.

No vayas amablemente hacia esa suave noche,
la vejez debería arder en gritos al final del día
y rabiar, rabiar ante la luz que muere.

Por más que los sabios acepten que su final sea oscuro
porque sus palabras no atraparon ningún brillo,
no van amablemente hacia esa suave noche.

Buenos hombres que lamentan, caída la última ola,
que sus frágiles actos no hayan bailado con brillo en las bahías,
rabien, rabien ante la luz que muere.

Hombres salvajes que cantaron para atrapar el sol
en su arco, y que aprendieron, muy tarde, a llorar su partida,
no vayan amablemente hacia esa suave noche.

Hombres graves que agonizan y ven con la vista nublada
que sus ojos ciegos podrían brillar como meteoros y ser alegres,
rabien, rabien ante la luz que muere.

Y vos, padre mío, ahí en la triste altura,
maldecime, te ruego, bendecime, con tus fieras lágrimas.
No vayas amablemente hacia esa suave noche.
Rabiá, rabiá ante la luz que muere.

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