Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!
jueves, 30 de enero de 2014
lunes, 20 de enero de 2014
El ocaso de los dioses, Paco Urondo.
No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos,
en el vuelo de las hojas y mis pasos quieren
reiniciar las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que
pueda favorecernos; ningún aire de
inconsciencia, ningún reino de libertad. Sólo
hábitos tolerantes haciendo crujir nuestra
memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del
crepúsculo, de nuestro hacer, de nuestra
música, del único amor incoherente; soberanos
de esa calle donde los tactos y la impresión
hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que
en esa constelación crece y sabe enrostrar
nuestra culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una
dilación - "ha estado bien"-, o en un bostezo,
o en otro lugar donde es menester el coraje.
en el vuelo de las hojas y mis pasos quieren
reiniciar las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que
pueda favorecernos; ningún aire de
inconsciencia, ningún reino de libertad. Sólo
hábitos tolerantes haciendo crujir nuestra
memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del
crepúsculo, de nuestro hacer, de nuestra
música, del único amor incoherente; soberanos
de esa calle donde los tactos y la impresión
hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que
en esa constelación crece y sabe enrostrar
nuestra culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una
dilación - "ha estado bien"-, o en un bostezo,
o en otro lugar donde es menester el coraje.
miércoles, 15 de enero de 2014
El pájaro se desampara en su..., Juan Gelman.
el pájaro se desampara en su
vuelo/quiere olvidar las alas/
subir de la nada al vacío donde
será materia y se acuesta
como luz en el sol/es
lo que no es todavía/igual al sueño
del que viene y no sale/traza
la curva del amor con muerte/va
de la conciencia al mundo/se encadena
a los trabajos de su vez/retira
el dolor del dolor/dibuja
su claro delirio
con los ojos abiertos/canta
incompletamente
vuelo/quiere olvidar las alas/
subir de la nada al vacío donde
será materia y se acuesta
como luz en el sol/es
lo que no es todavía/igual al sueño
del que viene y no sale/traza
la curva del amor con muerte/va
de la conciencia al mundo/se encadena
a los trabajos de su vez/retira
el dolor del dolor/dibuja
su claro delirio
con los ojos abiertos/canta
incompletamente
jueves, 9 de enero de 2014
Y antes que el olvido nos, Antonio Cisneros.
Lo que quiero recordar es una calle. Calle que nombro por no
nombrar el tambo de Gabriel
y el pampón de los perros y el pozo seco de Clara Vallarino y
la higuera del diablo.
Y quiero recordarla antes que se hunda en todas las memorias
así como se hundió bajo la arena del gobierno de Odría en el
año 50.
Los viejos que jugaban dominó ya no eran ni recuerdo.
Nadie jugaba y nadie se apuraba en esa calle, ni aun los remolinos
del terral pesados como piedras.
Ya no había hacia dónde salir ni adonde entrar. La neblina o
el sol eran de arena.
Apenas los muchachos y los perros corríamos tras el camión azul
del abuelo de Celia.
El camión de agua dulce, con sus cilindros altos de Castrol.
Yo pisé entonces una botella rota. Los muchachos (tal vez) se
convirtieron en estatuas de sal.
Los perros (pobres perros) fueron muertos por el guardián de
la Urbanizadora.
Y la Urbanizadora tenía unos tractores amarillos y puso los
cordeles y nombró como calles las tierras que nosotros no
habíamos nombrado.
(También son sólo olvido.)
Lo que quiero recordar es una calle. No sé ni para qué
nombrar el tambo de Gabriel
y el pampón de los perros y el pozo seco de Clara Vallarino y
la higuera del diablo.
Y quiero recordarla antes que se hunda en todas las memorias
así como se hundió bajo la arena del gobierno de Odría en el
año 50.
Los viejos que jugaban dominó ya no eran ni recuerdo.
Nadie jugaba y nadie se apuraba en esa calle, ni aun los remolinos
del terral pesados como piedras.
Ya no había hacia dónde salir ni adonde entrar. La neblina o
el sol eran de arena.
Apenas los muchachos y los perros corríamos tras el camión azul
del abuelo de Celia.
El camión de agua dulce, con sus cilindros altos de Castrol.
Yo pisé entonces una botella rota. Los muchachos (tal vez) se
convirtieron en estatuas de sal.
Los perros (pobres perros) fueron muertos por el guardián de
la Urbanizadora.
Y la Urbanizadora tenía unos tractores amarillos y puso los
cordeles y nombró como calles las tierras que nosotros no
habíamos nombrado.
(También son sólo olvido.)
Lo que quiero recordar es una calle. No sé ni para qué
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