Lo que quiero recordar es una calle. Calle que nombro por no
nombrar el tambo de Gabriel
y el pampón de los perros y el pozo seco de Clara Vallarino y
la higuera del diablo.
Y quiero recordarla antes que se hunda en todas las memorias
así como se hundió bajo la arena del gobierno de Odría en el
año 50.
Los viejos que jugaban dominó ya no eran ni recuerdo.
Nadie jugaba y nadie se apuraba en esa calle, ni aun los remolinos
del terral pesados como piedras.
Ya no había hacia dónde salir ni adonde entrar. La neblina o
el sol eran de arena.
Apenas los muchachos y los perros corríamos tras el camión azul
del abuelo de Celia.
El camión de agua dulce, con sus cilindros altos de Castrol.
Yo pisé entonces una botella rota. Los muchachos (tal vez) se
convirtieron en estatuas de sal.
Los perros (pobres perros) fueron muertos por el guardián de
la Urbanizadora.
Y la Urbanizadora tenía unos tractores amarillos y puso los
cordeles y nombró como calles las tierras que nosotros no
habíamos nombrado.
(También son sólo olvido.)
Lo que quiero recordar es una calle. No sé ni para qué
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