lunes, 20 de enero de 2014

El ocaso de los dioses, Paco Urondo.

No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos,
    en el vuelo de las hojas y mis pasos quieren
    reiniciar las maderas de la adolescencia. 

 
Pero todo está abandonado, no hay nada que
    pueda favorecernos; ningún aire de
    inconsciencia, ningún reino de libertad. Sólo
    hábitos tolerantes haciendo crujir nuestra
    memoria. "Ha estado bien", decimos.


Dueños del incendio, de la bondad del
    crepúsculo, de nuestro hacer, de nuestra
    música, del único amor incoherente; soberanos
    de esa calle donde los tactos y la impresión
    hicieron su universo.


Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
    nombre y tu gesto son una forma nocturna que
    en esa constelación crece y sabe enrostrar
    nuestra culpa.


Y todo termina con una esperanza, con una
dilación - "ha estado bien"-, o en un bostezo,
o en otro lugar donde es menester el coraje.

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