sábado, 1 de marzo de 2014

El destino que mira como espía del tiempo, Raúl González Tuñón.

Un espía del tiempo es el destino
-no el poeta, que éste es el gran espiado
y es, dijo Schiller, el que llegó tarde
a la Repartición de la Tierra.


Torre de Dios, Darío a su vez lo llamó,
pero desde su altura no hemos visto a Dios
ni en el Chaco Boreal de incendiados fortines
con olor a petróleo, a mariposas secas, a madres 

          que agotaron
las lágrimas y el grito
ni cuando silenciaron a los niños de Guernica
ni en la atroz agonía en los hornos de Auschwitz
ni entre el ruido y el humo del napalm en Vietnam.


Y ese espía del tiempo, en fin, conoce historia
como nadie, la sigue desde lejos; nadie desmentirá
cuando todo se ordene y llegue el gran balance
los testimonios que captaron sus miradas profundas
como pozos de sombra con estrellas,
como enterradas lámparas bajo barcos hundidos,
como voces más graves que el secreto remoto
de los stradivarius:
su enorme asombro y su perplejidad.

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